viernes, 4 de mayo de 2012


SIERRA DE LA PILA (MURCIA)

De vez en cuando salir fuera de tu madriguera para adentrarte en nuevos territorios, está muy bien y más cuando es un amigo el que te invita a hacerlo.

Luís Miguel Chorques (cautivo pasional de estos páramos), con buen criterio iba a servir de anfitrión en este cambio de aires y, la Sierra de la Pila sería el escenario al cual nos íbamos a conjugar unos cuantos acónitos que allí teníamos cabida.

Trece almas íbamos a ser guiadas a través de pistas y senderos por un paraje inhóspito y precioso como este. Evidentemente, Chorques, como aquel fugitivo que ocasionalmente vuelve al territorio prohibido para dar rienda suelta a su pasión y poder sentirse amado una vez más, va a ser nuestro guía.

Iniciamos el recorrido desde el Caserío de Casa Blanca y a ras del barranco del Sordo tomamos el acceso a una pista forestal bastante bien conservada y pavimentada que poco a poco nos iba a dar la entrada en un bosque de pinos del que en ocasiones muy contadas íbamos a salir. Seguro que cada uno de estos pinos tiene mil historias que contar, pero como somos muchos a penas podemos escucharlas. Bastaría estar un minuto en silencio como para captar esa empatía que la naturaleza tiene con todo ser vivo que se adentra en el bosque. Sí, es esa sensación como de ser observado que muchas veces cuando estamos solos y nada nos distrae, captamos en el bosque. Esa chispa vital que la narcótica civilización casi nos ha hecho olvidar, pero que en lo más hondo de nuestra consciencia y casi formando parte de la memoria de nuestro ADN, está ahí todavía  presente….sólo hay que dar un poco de rienda suelta a la “sin razón” que todos tenemos.

No estoy acostumbrado a cabalgar cuesta arriba a las primeras de cambio, las fibras de mis músculos trabajan en una jornada en la que todo es nuevo y encima no estoy fino, pero así es como se vende en esta plaza y, hay que terciar si con estos antecedentes quiero continuar. Más pronto que tarde me quedo a la zaga del grupo y en esta posición he de encontrar acomodo porque las sensaciones no son del todo optimistas, pero no importa, con lo que tengo blando mis armas, soy un guerrero y en peores situaciones me he visto.

Tras una ascensión de más de 10 km llegamos al mirador del Prisco. Unas preciosas vistas colgadas en una terraza rocosa hacen sentirnos por unos breves momentos como pájaros, contemplando todo desde la altura como realmente es: más pequeño de lo que nos pensamos.

Un par de km después nos desviamos apenas unos metros, hacia el mirador sobre la Estación de Blanca y entre espartos vino el  primer descanso, el primer bocado. Unas espectaculares vistas de la llanura murciana y en medio, la Sierra De Ricote, testigo impoluto del tiempo.

Nos incorporamos a la pista que traíamos y continuando con el trayecto, iniciamos un sube y baja que, aunque me acorta las fuerzas, no me impide disfrutar de los abruptos relieves que calizas y margas han tallado en la tez de estos caprichosos paisajes. Cuesta trabajo imaginar que estas apuntadas crestas formaron antaño parte del lecho marino. Quizá para estas sierras seamos un vago recuerdo de los peces que hace millones de años nadaron por donde ahora pedaleamos.

No viene mal, aunque por un pinchazo se trate, el parar y dar intermedio así a un ascenso que ya pesa. Una rajita en uno de los flancos de un tubeless tuvo la culpa. No pasa nada, el cirujano guante de latex en mano se dispone a curar la herida del neumático con total diligencia y mientras que inmortalizo el evento, el Trucho se siente atraído por mi montura, no me extraña, soy  Quijote y aunque sin adarga antigua ni galgo corredor si me valgo de rocín flaco.

Tras iniciar de nuevo la marcha, hacemos frente a la Senda de la Quimera. Auténtica bajada técnica en la que tienes que ir perfectamente posicionado en la montura y muy atento al puzle de obstáculos que tienes por todas partes, si no quieres salir disparado por los aires. La verdad es que un pequeño chute de adrenalina te agasaja bien para la continuidad de la ruta. De aquí, y tras coger la pista de la Poza, abordamos de nuevo otro descenso por la Senda de la Fuente, esta vez nada de enrevesado, sino muy rápido, en el que algunas de sus curvas estaban muy bien peraltadas y te permitían retorcer la bicicleta de manera espectacular. Sin darnos cuenta estamos siguiendo el camino de la historia, ya que esta senda formaba antaño parte de un camino medieval llamado el Cordel de los Valencianos. Quien sabe, tal vez las tropas de Alfonso X pasaron por aquí  en alguna de sus escaramuzas con las hordas sarracenas allá por el S. XIII.

Estamos ya situados en una zona de alta montaña y como tal se puede ver alguna construcción escueta en mampostería que sirve de refugio a todo aquel que se pueda ver sorprendido por los rigores del invierno. Es una zona de alta montaña y muchos de sus puntos están verdaderamente alejados de la civilización.

Proseguimos el viaje por un  tramo de la carretera de la Fuente la Higuera para adentrarnos en la pista de las Cuevas de las Monjas.  A estas alturas algunos como Marco y Aluking se dan cuenta que mi ritmo no es acorde al de los demás y se prestan a hacerme compañía, cosa que les estoy muy agradecido, pero en realidad no iba tan mal, sólo que me estaba guardando, o sea, llevaba puesto el piloto automático, mi pensamiento era aguantar hasta el final y de lo que estaba seguro es de las fuerzas con las que contaba.

Entonces por la pista de Peña Zafra de Arriba entramos a toda velocidad en el rápido tramo de la carretera de la Zarza, tramo que nos viene como anillo al dedo porque lo que hace es oxigenar los músculos de nuestras piernas y darnos un halo de vida. Lo malo es que, siempre estos impases de tiempo se muestran cortos y enseguida toca otro remonte, aunque esta vez suave, el camino de la cantera vieja, donde se me anuncia que se aproxima una nueva parada.   

Se acerca la hora de parar a tomar un tentempié y que mejor sitio para hacerlo que la Fuente la Higuera, un manantial natural en el que aprovechamos para coger agua y tomar un respiro. Pintoresco lugar en el que probablemente el arrastre de un antiguo curso de agua ha desgastado las margas y ha dejado una pequeña depresión con las calizas más duras al descubierto.

Sin más dilación decidimos continuar con la ruta a través de una empinada escalinata de troncos que nos sitúa por encima de la fuente, sorteamos un par de obstáculos y nos ubicamos de nuevo en el camino a seguir, no sin antes llamarnos la atención un tío en posición de meditación tántrica, que ni se inmutó cuando casi pasamos por encima de él. Curiosamente esta persona fue después objeto de algunos comentarios un tanto sarcásticos a cerca de su cordura, aunque habría que analizar el tema un poco más despacio porque no sé cual es mayor locura, si la de él o la nuestra, jajaja

Dejando de lado el camino principal que guiaba nuestro itinerario, nos desviamos por un sendero rapidísimo y divertido que desembocaba en un camino asfaltado con una pendiente considerable en la que no había más remedio que poner en guardia toda la artillería al servicio de nuestras calas. Es en este punto donde se encuentran los pozos de la nieve, antiguas construcciones abovedadas destinadas mediante un sistema ancestral, a conservar durante meses la nieve del invierno. Lamentablemente no se han cuidado lo suficiente y han acabado arruinándose. Los ayuntamientos y administraciones parece ser que prefieren invertir el erario público en decoración de rotondas y no en la identidad histórica de un pueblo……así nos va.
En este punto el grupo se ve de nuevo menguado, varios miembros de la expedición (Aluking, Arana Y Héctor) abandonan y se dan la vuelta.

De nuevo esta última pendiente nos dejaba en el embocamiento de otro sendero que a través de una corta y pendenciera subida daba acceso al punto más alto alcanzado de la jornada.  A partir de aquí  se abre un largo y tumultuoso descenso por la senda de la Solana II en el que debido a la tensión,  los músculos de los brazos se me quedan agarrotados y entumecidos. Llegamos así a la Garapacha (pedanía de Fortuna). Demasiado descenso, hummmm… eso es síntoma de que ahora toca subir, lo cual Chorques me confirma y no sólo eso, encima son otros 19km cuesta arriba, aprieto los dientes y me resigno, pero bueno, ya me gustaría a mi que todos los malos momentos que pueda tener sean como este. Al fin y al cabo he venido a lidiar de semejante guisa y esto no me pilla de susto.

Mediante un zigzagueante camino llegamos a la escorrentería del Barranco del Mulo, un pequeño y curioso túnel tallado en la caliza por el que tuvimos que pasar a hurtadillas, dado que (al menos yo) no cabíamos de pie. Esta es una de esas sorpresas curiosas que sin duda, nos tenía deparado el viaje.

Acto seguido nos metemos en el lecho de una antigua rambla repleta de canto rodado, en la que costaba verdadero trabajo pedalear porque nos hundíamos literalmente en sus  fauces, pero como buenos peces de secano sabemos nadar a contra corriente y salir a flote. A nuestra siniestra se sitúa una imponente mole pétrea, el cabezo del Pico del Águila, la cual flanqueamos a través de la senda de los Pinos Torcidos por una cleptómana pendiente que nos iba a robar el aliento sin compasión.
Después de tan farragosa senda tomábamos acceso a la pista de San Joy, donde al poco tiempo de iniciar el remonte, una gran espina lastimó la pata delantera de mi flaco rocín, necesitaba un cambio urgente  de herradura, así que, saqué los litúrgicos utensilios de reposición y procedí a la sanación.  Me vino de perlas hacer esta breve parada, ya que necesitaba coger una buena dosis de aliento para poder proseguir el arduo camino. Mis fuerzas flaquean por doquier, pero todavía me queda lo más importante, ánimo.

Las nubes empiezan a agruparse unas con otras y el aire hace su aparición como mensajero de lo que está por llegar. Esto no barrunta nada bueno, pero quien sabe, lo mismo hay tregua y da tiempo a negociar un final feliz.
Llegamos al Mojón de las Cuatro Caras, cada una de ellas posee una dirección y un gentilicio. Por aquí pasamos por la mañana y volvemos a pasar por la tarde, aunque quedaría una pasada más, pero todavía hay por medio un largo y áspero trecho de ruta y…..sinceramente, mis reservas de glucógeno están casi vacías. Probablemente lo que me espera si continuo es un poema de calambres y un calvario seguro, o……tal vez no. De cualquier forma lo más inteligente es acortar una posible agonía, y como Luís locuazmente se percataba de mi estado físico, afablemente decide no dejarme solo y acompañarme en el camino de regreso, a lo cual se sumaron equitativamente José Luís y Bernabé.

Acto seguido y nada más emprender la bajada de vuelta por el camino del Boquerón, el aviso que nos había pasado el viento algunos km atrás se cumple a rajatabla. Los dioses nos miran con recelo, hay que darse prisa y nos ponernos el chubasquero para bajar como alma que lleva el diablo en dirección a la carretera. Como ya en ese momento está cayendo agua  con ansia, Luís Chorques, padre e hijo de estas sierras, a las que ampara y al mismo tiempo por las que se siente amparado, decide acortar un buen tramo de camino por la senda de la Fe. Por un momento cambiamos las fatigas por la adrenalina y en un incesante movimiento de manillar, contorsiones del cuerpo y negociaciones con los frenos, sorteamos este divertido serpenteo.

 Al incorporarnos al camino de la Excomunión, del cielo, repentinamente, empezó a caer un auténtico diluvio. Además el viento, mostrando su cruel indiferencia hacia nosotros dispuso a manifestarse en nuestra contra. El agua golpeaba nuestra piel como perdigonazos lanzados a conciencia. Parecía que se trataba de un aviso en el que se ponía de manifiesto que ya no podíamos estar durante más tiempo en el bosque, así que, debíamos abandonarlo con la máxima premura y, desde luego, así lo hicimos. Se cumplía así, una vez más, el incisivo y machacante auspicio de no poder terminar esta ruta.

Al finalizar el camino, enlazamos con la carretera de la Zarza. José Luís y Bernabé sacaron cierta ventaja y yo me coloqué a rueda de Chorques, las fuerzas no me daban para más y tuve que ser remolcado por su estela hasta Casablanca.

Pero esto no termina aquí, tan sólo es un capítulo más en esta historia y aún quedan muchos por escribirse. Hemos lidiado como buenos guerreros y nos mostraremos combativos una y otra vez hasta que consigamos nuestro objetivo. Sabemos que los dioses de vez en cuando se distraen haciéndose pasar por humanos y es precisamente en ese momento cuando los humanos tenemos la oportunidad de inmiscuirnos en los asuntos divinos; es entonces cuando con total diligencia debemos de perseverar y afrontar este reto.  Eso es lo que nos hace fuertes.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Espero que el próximo rutón lo acabemos sin chubasquero, sea donde sea, pero sin tormenta, jajajaja...

Horus, tienes un estilo refrescante, me ha gustado mucho tu punto de vista.

Miguel Ángel dijo...

Así es como lo vi, viví y sentí.....Coño!! le parezco a Cesar.