jueves, 6 de enero de 2011

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SEIS CONTRATIEMPOS Y UN SÓLO OBJETIVO: LA CALDERINA



A una temprana hora como las 08:00 h, y más en este tiempo en el que todavía es visible el Lucero del Alba y la Luna, con tan poco atino, que no sabíamos nadie con quien nos íbamos a encontrar en el punto de partida……mejor dicho, no teníamos ni idea de los lunáticos que nos íbamos a dar cita en la Plaza Cervantes, procedíamos a hacer acto de aparición, uno a uno, así, como si de animales nocturnos se tratara.

Una vez calibrados los personajes que tomábamos parte en aquel acontecimiento, a más de uno no nos salían las cuentas. Allí faltaban algunos enajenados trotamontes más que no habían hecho acto de aparición, pero, en fin, estábamos los que éramos y éramos los que estábamos, así que, la aventura empezaba a escribirse, y con mayúsculas.

Desde luego, qué mejor forma de escribirse que teniendo como testigo en aquel justo momento al cautivo de Argel, aunque sólo fuese en un busto de granito, sólo que muy a su pesar, en esta historia no había un Quijote, sino CINCO. Seguro que se hubiera abrumado.

Sin más preámbulos y con un poquito de retraso nos pusimos en marcha. No se movía ni la más mínima brizna de viento y eso para una ruta tan larga como la que nos esperaba era muy buena señal. Todo anunciaba que iba a ser una jornada magistral, pero como suele ser más bien habitual, no todo había de salir bien.

Al poco tiempo de iniciar el ascendente camino de la Sevillana, tal era la templanza térmica que imperaba en el ambiente que parecía que nos derretíamos de calor. Yo al menos, me desabroché la cremallera de la chaqueta hasta abajo. My body no toleraba ese subidón de temperatura. Este tiempo está loco.

A los 150 m de coronar la Sevillana fue donde el destino nos iba a jugar el peor desenlace y primer contratiempo de la jornada: caída de Magnocola. Menos mal que por algo nos ponemos el casco, porque si no…… Nos tuvo en vilo durante un buen rato. Primero, tras haberse caído, estuvo un rato sentado en el suelo en espera de que se le pasase el shock provocado por el fuerte golpe, después hicimos una valoración de daños: Un golpe en la cabeza (disipado en su mayoría por el casco), una fuerte contusión en la espalda y un par de arañazos en las piernas. Vamos, un ostión en toda regla. Por último, se puso de pie, y a pesar de las reiteradas sugerencias de Bikerman por ir a por el coche para llevarlo al pueblo, Magnocola insistía que se volvía con su bike por donde había venido. Vuelvo a repetir lo dicho hace una semana: “Un tipo duro este Magnocola”. Por un momento me recordó a aquella secuencia de película en la que John Weyne se cae del caballo, y tras darse un gran revolcón se levanta, sacude el polvo de su sombrero como si nada y prosigue su marcha a galope.

Ahora éramos cuatro, Buitrago, Cikitraka, Bikerman y el que suscribe este ladrillo. Un cuarteto muy apañadito dispuesto a subirse a la chepa de la Calderina (si no pasaba nada más…). No hace falta decir lo suave que hicimos el descenso del último tramo de la Sevillana, creo que hasta nos daba tiempo a ir contando las piedras del camino.

Llegando a Puerto Lápice. Zass!! Pincha CiKitraka, segundo contratiempo. Comienza a reparar el pinchazo y en ese momento anuncia su desistimiento de hacer la ruta completa, tercer contratiempo. En esto que el compañero Buitrago en una alarde de sospechosa empatía con el pinchado, se decanta por no dejarle solo y acompañarle en su improvisada ruta, cuarto contratiempo. Ya sólo quedábamos dos y, como los planes se habían ido torciendo paulatinamente a lo largo de la mañana, nos preguntamos mutuamente a cerca de nuestras intenciones; esta vez había consenso. Así pues, nos dirigimos al camino de Don Luís. A esa hora ya empezaba a removerse un viento muy ligero que nos tocaba de cara, pero sin causar ningún menoscabo en nuestra potencia de pedaleo. De todas formas, íbamos un punto más bajos de ritmo de lo habitual, ya que quedaban 100km de ruta y debíamos de ser un poco cautos, que las fuerzas, si sobran, mejor dejarlas para el final.

Por cierto, el arroyo de Valdezarza se encontraba a pleno caudal y, en los Furrieles parece que este año el cauce está menos anegado que de costumbre, porque no se forman esas balsas de agua tan características en esta zona. Con todo y con ello, siempre es un gustazo tener que apearte de la bike aquí y vadear el arroyo a pie para poder disfrutar del agua abriéndose camino entre la maleza.

Continuamos cuesta arriba hacia el cruce de los cuatro caminos y, entre conversación y conversación aprovechamos para disfrutar del espectáculo que supone ver como las aguas otoñales le han cambiado la cara al paisaje de las sierras. No sólo los arroyos, sino las diferentes tonalidades de verdes y ocres que se dan entre los musgos, líquenes y las hojas secas caídas en el suelo, dan a todo un tono espiritual…………Paz, amor y el Plus en el salón. Jajaja.

….Con lo que íbamos. Llegamos al cruce y sin parar remontamos hacia el carreterín de Urda. Nuestra intención era evitar el camino que va hasta la Casa de los Forestales, más que nada porque es una zona muy empantanada en época de lluvias, y es precisamente en este tramo en donde nos dan caza Cikitraka y Buitrago, sólo que ellos iban a acortar por el Valle de la Galana.

Nada más coger el carreterín me di cuenta que algo fallaba detrás de mí. Llevaba roto un radio, quinto contratiempo. Es una de las averías que no tiene solución en pleno campo, así que, lo único que pude hacer para evitar problemas mayores (porque tenía claro que no iba a abandonar), fue poner el amortiguador en su punto más suave y quitarle presión a la cubierta trasera, con el fin de que los impactos golpearan la rueda de la forma más leve posible. Dicho y hecho. El compañero Bikerman con cierto tono jocoso decía: “¿Y ahora qué es lo que me va a pasar a mí, porque soy el único que no ha tenido ningún contratiempo?”. La verdad es que ninguna sorpresa le aguardaría.

Dejamos a los de la ruta improvisada en la Casa de los Forestales y Bikerman y yo iniciamos el descenso hacia la N-401 a través del camino de los toros. A una parte de este camino no le vendría mal que lo apisonasen un poco, porque madre mía, parecía que habían clavado los cantos de punta en el suelo aposta para martirio de todo biker visitante. Se nos quedaron nuestras posaderas igual que el tambor de Manolo el del bombo.

Después del intenso traqueteo y tras atravesar la finca de los toros, llegamos por fin a la N-401. En esta ocasión y al igual que hicimos al evitar el camino de la Casa de los Forestales, optamos por seguir la carretera y no pasar por el camino del arroyo que va paralelo a la misma, porque estaba de barro hasta las trancas. Era un tramo corto de 1,5 km del que ni nos enteramos y en el que nuestros panderos descansaron.

Llegamos a la puerta que da entrada al camino del rompepiernas. Esta cerrada a cal y canto con dos recias cadenas que ni el fantasma más osado se atrevería a arrastrar, sexto contratiempo. Después de las molestias que nos habíamos tomado, después de 46 km pensando en que teníamos que acabar la ruta, después de tantos contratiempos acaecidos hasta llegar allí……. Había que tomar una decisión rápida para dar salida a aquella situación….y la tomamos. Cerramos los ojos, nos encomendamos a Dios y de repente al abrirlos nos encontrábamos al otro lado de la puerta. Si la fe mueve montañas, por qué no va a mover otras cosas??.

Muy agradecidos con lo ocurrido por la majestad divina, seguimos con el itinerario. Nos quedaban más de 7 km de rompepiernas a los que había que tratar respetuosamente, ya que si no, los 4 km de subida de la Calderina nos iban a pasar factura de manera implacable. Así lo hicimos, siempre marcando un ritmo de biela un punto más bajo que nuestro nivel habitual.

Conforme nos íbamos acercando a la Calderina, la observábamos con cierto detenimiento, como si fuese un rival a batir y tratáramos de encontrarle un punto débil donde tocar para poder dominarlo. Ahí estaba, dominante sobre todo lo que la rodea, solemne testigo del tiempo, delirio de los que, como nosotros, queremos compartir por unos instantes su larga mirada y poder disfrutar así de sus vastos dominios, porque eso nos hace grandes.

Da comienzo al fin la escalada. Tardamos apenas unos minutos en adaptar el ritmo que nos marca la pendiente, pero el gigante es piadoso y se deja querer. Es una pendiente muy tendida, apenas sin sobresaltos, en la que es fácil de guardar un plus de fuerza para llegar sobrado a la cima. Una vez que cogimos el ritmo, fuimos charlando hasta arriba, eso sí, entre charla y charla nos deleitábamos con las vistas que nos regalaba la Calderina desde sus cuatro costados. Normalmente, cuando hemos venido a la Calderina en otras ocasiones, una vez que llegas a la parte más alta, estás por encima de las nubes y evidentemente no puedes apreciar las vistas, pero en esta ocasión era un día con una claridad cristalina y no dejábamos que a nuestras retinas se les escapase ni el más mínimo detalle. Es el premio al esfuerzo, y desde este prominente punto se lo brindamos a los compañeros que quisieron venir y no pudieron y a aquellos que pudieron venir y no quisieron.






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